Os dijeron acaso
que había una eternidad que se compraba con flores
y que morir del todo era imposible.
¿Os lo dijeron?
Ved,
ved las altas murallas de Damasco reducidas a escombros,
ved la altiva Cartago sepultada
bajo el humo banal de su grandeza,
ved la antigua ciudad de Babilonia saludando a los carros de combate
y decidme qué fue de su esplendor nocturno,
de sus mil concubinas con la sonrisa fácil,
de sus cedros altísimos,
de sus peces colgantes…,
solamente sus nombres, sus leyendas y un extenso paraje en que crepita
la ambición de dos ríos.
Poco tiene que ver que nos vistamos con traje de domingo o nos muramos
a ritmo de bolero,
el final es el mismo y después de los siglos
volverá aquel poeta recordándonos:
“qué se hicieron”.
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