Otras veces, en cambio, pareciera
que de tanto mirarnos nos quedamos sin ojos en el mundo
y es entonces también cuando una lágrima
disuelve los eclipses
y una luz,
que no es luz, ni es destello, ni es fogata,
ni es pila bautismal,
nos adelanta,
nos cruza los abismos, nos retira
los minutos inútiles y los arcos de triunfo,
nos conduce hasta el bosque donde anidan descalzos los inviernos
y se aleja,
se marcha
sin decirnos su nombre.
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