De la vida anterior
no me traje evidencias ni me atrevo a decir
que tal o cual ciudad sean las mismas con distintas tristezas,
sospecho, sí, sospecho
que estas tardes que paso sentado junto al muelle
mientras arden, a lo lejos, mis naves,
las calles tortuosas,
los tranvías que arrastran a la gente hacia un gozo extinguido,
y este frío en las balas,
y este ardor en las venas, ya existían,
eran antes que yo,
antes de todo,
mucho antes también de que existieran los paisajes de lluvia
y el azul de las islas,
sin saberlo,
mucho antes del brillo trasatlántico en los vestidos de fiesta.
De la vida anterior me atrevería a contaros cómo eran
el rumor de un venero o la fragancia
que despide la hierba cuando llueve,
de la vida anterior son estas diosas de arándanos que aún lloran
su cielo vegetal y están encinta de nadie.
De ésta, en cambio,
sólo sé que he llegado hasta aquí en toboganes elípticos,
sólo os puedo decir que no he matado
y no por probidad sino por falta de arrojo,
por vergüenza,
por miedo,
pero sí me han sobrado situaciones y trances en que habría
resultado muy justo el intentarlo.
Y por ello
nada voy a llevarme, nada quiero
guardar para otras vidas por si tengo la suerte de ser árbol
o caballo de mar
o simplemente
algo que para nada recuerde a un ser humano.
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