A medida que van llegando barcos
y está más cerca el día en que tus ojos
se abran para siempre,
a la vez que descubres que las lenguas del mundo no te hablan
de martín pescadores o de inquietos caballos
que mastican la hierba dejada por los muertos
y no cabe
la bondad de la luz entre tus manos
te ocurre algo muy simple
y es que empiezas
a entender que las cosas están hechas de amores invisibles
y ternuras minúsculas.
Y entonces no precisas que el verano libere las cometas
para ser como un pájaro,
no pregonas
la altivez de los cuerpos ni el pecado de las tierras prohibidas
porque sabes
que no sirve de nada consultar tu cuaderno de bitácora
o que griten los muebles y es inútil,
por ejemplo, es inútil que punteen el arpa los patricios imberbes
antes de suicidarse.
Te tocas y estás vivo,
te dices, estoy vivo, y sin embargo ahora entiendes
que antes de la muerte hay otra muerte más honda,
otra estancia más leve donde sólo los héroes y los barcos piratas
se saludan a veces y se rinden
al sueño de sí mismos.
418/S
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