Nunca he visto serenos en mi calle ni
palmeras
colgadas de las nubes
he visto, sí, mi nombre en la derrota
de un verso y de qué forma
envejece el paisaje,
pura fatalidad, dirán lo viejos,
y uno queda pensando hasta qué punto
redime una tristeza
la existencia de Dios.
Era un niño y mi abuelo
me enseñó a encontrar una sonrisa
entre la gente
que cantaba sus penas
—mi abuelo solamente me enseñó cosas
útiles —
y me habló del peligro que tienen
quienes llevan
grifos en los bolsillos, pero no me
advirtió de que los cheques
cruzados no se firman con goteras y
besos,
y en mi casa
hay montones de trastos que se pasan
el tiempo en si bemol
como parte del pago por haberme
quedado con lo puesto,
desabrigado,
obvio,
transeúnte nocturno de esta calle
bohemia a la que abrazo
de farol en farol.
Imposible pasar por alto este hermosísimo poema del Maestro y amigo Vicente, le recuerdo con mucho cariño
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