Siempre existe un dolor o una derrota
que nos salva in extremis
de un diluvio,
siempre hay un desván o una mortaja
que nos convierte en hijos de una
madre que habita en los hipódromos.
Y es que nunca hemos sido capaces de
romper
los hilos que nos atan a esta feria
de abrigados suburbios y estudiadas
ninfas de geografía.
Yo soy
de los que miran un rostro y
desfallecen
al verse en él de paso,
transeúntes,
de una ciudad azul donde se alojan
todas las intemperies sin que el musgo
deshabite las piedras.
Yo soy
uno más de vosotros,
el que puede
sobrevivir catástrofes,
desenterrar un dogma colectivo,
esquivar con un guiño cualquier flecha
y plantar un jardín con las semillas
de un centenar de cráneos.
Yo soy ---y lo confieso---
alguien más
que ha aprendido a dormirse, mientras
llueve,
con los ojos abiertos.
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