Desde
el tren
no
se observan paisajes, se adivinan,
y si
llevas anhelos en los ojos, hasta inventas el mar
y te
lo quedas.
Frente
a ti
va
sentado ese niño que tú eras cuando fuiste
una
estrella de Hollywood,
sonríe,
se
asesina en los túneles y de pronto aparece
como
un verbo muy claro que destapa
tus
miradas furtivas
y es
que el hombre también es un paisaje
lleno
de interrupciones y el presente es efímero,
algo
así como un yo que de pronto se ha vuelto transitivo
y es
lugar de partida al mismo tiempo
que
destino final.
Tras
de la ventanilla, pasa el monte del gozo y a lo lejos los pájaros
trazan
bucles insólitos,
percibes
con
cuanta rapidez van sucediéndose
secanos
y humedades que no dejan estela y no consiguen
que
las cosas conserven su perímetro:
todo
tiene la misma inconsistencia que un cielo de papel,
la
endeblez que advertía
cuando
el sol era tuyo y te faltaban las manos.
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