Tú que apenas me habitas, pero que hablas de mí
como si hablaras
de un amor extranjero, de viajes nocturnos y extrañísimos árboles,
tú que apenas me habitas y dispones por mí y me colocas
si es preciso a los pies de los caballos,
precisamente tú
todavía no entiendes que es la vida quien decide por ti,
que es la vida quien hace que a veces te comportes cono un dios maternal
y a veces como el último golpe de algún boxeador al que el destino
convierte en deuda pública.
Todo debe cambiar, te lo aseguro, y todo va a ser distinto
y a partir de este instante
ya no tienes el lucro y usufructo de la vida del prójimo
y el prójimo soy yo,
ya no eres el vértigo fatal ni la atracción que supone el precipicio,
solamente eres tú y es muy sencillo:
lo que estoy proponiéndote no es una amputación sino un mirarse
de forma horizontal y mutuamente,
un mirarse a los ojos sin temor a que los peces desoven;
lo que quiero decirte es que no es lícito
negociar las mañanas de nadie a bajo precio
ni apuntarse a un silencio respirando de manera conjunta.
Por lo tanto
ahora puedes mirarme sin que gastes un céntimo en tareas administrativas,
ahora puedes mirarme de manera intuitiva y circundante,
ahora puedes hablarme
y yo sabré,
sabré que tus palabras me llegan como niñas cogidas de la mano,
oiré lo que me dices sin que muevas los labios,
sabré tu voluntad y tus costumbres,
sabré de tu dinero y de tu cuenta de sexo,
sabré la arrebatada intensidad con que me amas
si ahora, por ejemplo,
te estuviera esperando en otra parte.
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