viernes, 16 de marzo de 2012

Hay un flujo constante de viajeros ociosos


Hay un flujo constante de viajeros ociosos,
circunspectos,
mohínos,
viajeros incansables que se mueven al ritmo
de ciudades promiscuas, traficantes
que nos llenan la casa de preguntas, las ventanas de hiedra
y nos impiden
encontrar el más mínimo resquicio que delate una luz.
No me explico por qué
a veces vienen
con traje de turista noruego y un acento andaluz,
por qué llevan un plano con las calles de lluvia entre las manos
y un paraguas azul,
por qué leen a Keats, a Shelley y a Lord Byron
y se ponen lentillas cuando miran
las fotos de Play-Boy:
tienen los ojos
del tamaño imposible de un acuífero.
Que no,
que no recuerdo yo haber invitado a tanta gente a la fiesta,
ni mencioné tal fiesta que no existe,
apañado estoy yo para verbenas, aplausos o guateques,
apañado estoy yo que no distingo si suenan las campanas
porque vuelven exactos, invariables
los barcos que exploraron la otra cara del mundo
o simplemente
es noche de difuntos, apañado estoy yo…
¿Qué me quieren decir, acaso esperan
a que salga a la calle pregonando que yo también he sido
testigo de sus propias desdichas,
que al final somos eso, traficantes
de ciudades promiscuas donde nadie conoce si las aves que llegan
encontraran al fin que ha terminado el diluvio?

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