Supongo que las cosas suceden siempre así,
que el mar ruge muy cerca y al bajar la marea
se lleva lo que es suyo.
Hay sobrados motivos que incitan a creer que la vida es igual,
que el universo
es un vasto cuaderno en el que todo está escrito:
la magia de una brizna de hierba
y el porqué de un suspiro.
La muerte, por ejemplo,
no es la cara amarilla con que vuelven las náufragos
de enterrarse a sí mismos,
la muerte forma parte de la vida,
es antes y después, está en los cuerpos
que palpo, en los que huelo, en la absurda nostalgia, en el hermoso
pasado que no tuve
y a la hora precisa
vendrá a morir aquí, sencillamente,
como viene una ola recordarnos donde acaba el dominio de una playa.
Y supongo también que a los demás
les pasa como a mí,
que de pronto se encuentran con que alguien
que llega desde lejos
tiene su misma voz,
su mismo cuerpo
y al final de la tarde se les llenan de musgo las rayas de la mano
y es la noche, respiran, y es la noche,
dibujan la silueta de un cisne, y es la noche,
se miran sobre el mar, pero es la noche y en todas las esquinas
se comete adulterio.
No hay ninguna excepción,
y lo que muere
comienza a ser en ese mismo instante
porque todo, visible e invisible,
procede en realidad del mismo sueño.
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