Quise cambiar de dioses
y adorar el absurdo de las aguas sin límite,
quise instalar la luz en la concavidad de los pedernales
y huir de las ciudades donde arriban los nubes
sospechando hojas muertas,
mas aún
no he encontrado un incendio ni una voz extranjera a quien rezar
en medio de estas islas.
Los ojos de los gatos son ahora
como televisores clausurados en los días de niebla,
como niños pintados con las caras oblicuas por El Greco
contemplando el entierro del penúltimo
columpio de los parques,
amanece más pronto cada día,
más cercano a la noche y no hay estrellas
ni labios que lo cuenten.
Cada paso que doy tienen las calles la mirada más corta,
más inciertas las horas,
más estrechas las bóvedas que llevan
sus palomas torcaces a un invierno
sin hayas donde habitan
congelados
los dioses
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