miércoles, 27 de enero de 2010
Siempre quise saber cómo serían ...
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Siempre quise saber cómo serían
las nubes extranjeras
o los días
que mueren sin abrir. Me imaginaba
las mañanas ladrando en el jardín,
los olivares
cenando en los hoteles más blancos del invierno
y a una albina mujer que recorría
las tardes bajo el agua.
Alguna vez pintaba los buzones del color de las olas
y me quedaba quieto, en los linderos del mundo,
sin que nadie en el pueblo se enterara
de que estaba tomando a cucharadas el aire
de un país tan antiguo que a las siete
nevaba del revés como muchachas
muy altas que tuvieran las nalgas trasparentes
y de pronto
se acostaran de espaldas,
otros veces
me dormía contando las goteras
del cielo de diciembre hasta que un ángel
llegaba con la música danesa gobernando
sus flequillos polares:
casi siempre
terminaba abrazado a la estrella más sencilla
y regando en silencio las palmeras
de unas islas estúpidas.
Pero entonces no estaba acostumbrado
al tráfico marítimo y llevaba
margaritas eléctricas en todos los bolsillos.
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