miércoles, 27 de enero de 2010

Detrás de una palabra con sabor a eucalipto...



Detrás de una palabra con sabor a eucalipto
siempre late
el temblor de un profeta intermitente
flotando en el océano
y un vacío infinito
algo así
como el llanto que escapa de algún niño
en busca de un lugar en que no existan
los perros adiestrados.
Y entonces el paisaje se espesa en las postales
de ciudades sin peces donde habitan
a oscuras los sueños submarinos.
Las ciudades de ahora tienen miles y miles de habitantes,
pero cada habitante construye su ciudad,
camina en su ciudad y en su ciudad
se respira a sí mismo,
las ciudades de ahora guardan miles de muertos
que se hablan en inglés,
millones de cadáveres en busca
de alguna identidad,
de algún espejo
que al mirarse les diga éste eres tú.

Nadie cruza la luz, porque la luz
es un hilo prendido de ese instante
más allá del eterno laberinto
donde empieza lo inútil,
de vez en cuando
los lagartos se vuelven muchachos clandestinos
que trafican con nieve,
muchachos que han tachado las calles y se llevan
el día a cualquier parte hasta indultarlo
como un sol medieval de medianoche.

También de vez en vez por las ventanas
abiertas veo a un niño,
veo a un niño que viene con sus andamios góticos
y el mundo de la mano.

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