Cómo me ves ahora que hace tantas
tristezas que no estás
y hay en el río
menos trinos que nunca y más soldados
guardando sus orillas,
qué me dices ahora,
sin corazón por medio, cuando el llanto,
las calles y el dolor se han vuelto viejos
y hay llagas que no cierran
y recuerdos
que son como la ropa almidonada
de un colegio de huérfanos.
Qué me dices ahora,
acaso fuera bueno saber de cuántas muertes
hemos sido indultados quienes fuimos
cavando deserciones
y en qué sombras
supimos cobijarnos mientras eran
las cunetas arroyos de cadáveres.
A veces me pregunto cuánto cuesta
vivir en otro sitio, en un país, por ejemplo,
donde no sea pecado ser impar
ni llevarse a la cama
un solsticio de invierno.
O es que nada ha cambiado y lo que ocurre
es que hay cosas que el tiempo y las distancias
han hecho impronunciables.
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