miércoles, 25 de julio de 2018

Nunca he creído en Dios, nunca he podido





Nunca he creído en Dios, nunca he podido
creer en lo inasible o en el vuelo
vertical de una alondra;
nunca he creído en Dios, y sin embargo
le rezo cada noche,
le pregunto
el porqué de un dolor o qué condena
está cumpliendo un pájaro enjaulado,
aunque hacerlo
- me acuso -
supone profanar su inexistencia.
Y es entonces
cuando advierto de forma inexplicable
que una voz, una luz o el espejismo
de un lejano archipiélago
se me espesa en las manos, se me hace
como una travesía entre dos puertos
cada vez más cercanos.
Es entonces
cuando yo sé de veras dónde habitan
las risas y los llantos, las palabras
apenas deletreadas y por qué
un suicidio no es más que una pregunta
o una contigüidad impronunciable.
Y es que por un moivo que no logro
llegar a comprender, una plegaria
una oración,
un rezo
es como una manera de sentirse pronunciado
en los labios de alguien y no quiero
que me ocurra lo mismo que a esos niños
que dejaron de serlo
cuando nadie
se acordó de nombrarlos.
No es extraño,por tanto, que aunque no crea en Dios,
aunque no exista Dios, yo me lo invente
sólo para rezarle
y es que lo necesito, no sé si como un método, como una disciplina,
o como un rito:          
de identificación conmigo mismo.

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario