¿Qué queda
de nosotros sino un poco
de sexo en
la garganta?
Qué nos
queda a los dos de cuantas cosas,
imaginamos juntos,
de la risa, tu risa,
dibujada en
los charcos, de los labios,
inflorescencia
líquida, que hoy tienen
urticaria de
hidra.
Qué me queda
de ti,
qué te queda
de mí sino esta lluvia
de inviernos
apretados, esta lluvia
monótona,
esta lluvia
rutina que no tiene
ni el latido
de un pájaro,
ni el atisbo
siquiera
de una
palpitación imaginable.
Devuélveme
el paisaje, si es que puedes,
devuélveme el
silencio, si es que callas,
y llévate la
voz
y las
palomas
—llévate las
palomas que ahora mienten
metáforas de
alas—
y llévate la
savia de esta tarde,
la piel que
fue mi piel, y el algodón
del tacto en
tus caderas.
No es tu
culpa si hay veces que no escucho
el tictac de
las nubes
ni es mi
culpa si un viento que no es viento
te sorprende
escuchando caracolas.
No culpemos
a nadie,
simplemente
pasaba un
autobús y lo cogimos
los dos al
mismo tiempo,
los dos en
la parada equivocada,
y bien,
mientras duró
el trayecto
hubo puestas
de sol en las colinas,
hubo pan
candeal y madrugadas
que olían a
domingo.
No me digas
adiós, ni hasta mañana,
mejor no
digas nada,
se ha terminado
el viaje y simplemente
tenemos que
apearnos.
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