en que uno se mira en lo profundo de
sí y siente el vértigo
que origina la edad,
qué altura al asomarse y ver la luz
que se pierde y es penumbra
y vuelves a mirar y es el ocaso
quien se pliega en los muros.
Hoy recorro el jardín y al encontrarme
conmigo nuevamente
el mundo se estremece,
no sé bien
si el mundo el que oscila o son las
cosas que miro
pues aquí
la luz es temblorosa y la oquedad
sin duda me conoce.
Qué lejos de este otoño aquellos días
de asombrada floresta
cuando cada reflejo se esculpía en el
mármol
y el fluir de una lágrima
terminaba en un beso,
qué intensa claridad la de aquel cielo
tan proclive a los trinos,
tan radiante en el júbilo,
tan sereno en el frío.
Y ahora que los ríos sólo son
navegables de cintura hacia arriba
voy andando de vuelta hasta el estero
donde estuvo la casa
pero nadie me espera,
mis pasos son de nube,
sus ruinas,
de otro siglo.
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