jueves, 26 de julio de 2012

Un sorbito de orujo?

¿Un sorbito de orujo? Nos sentamos
a ver si recordamos cuánto tiempo
ha pasado sin vemos, cuantas muertes
aguantamos de pie mientras silbaba
junto a nuestros oídos la metralla.

Los jueves por la tarde no había escuela,

si era en mayo con flores a porfía,
bebíamos leche en polvo y de merienda,
un pedazo de pan con aquel queso
que tenía sabor a medicina.
Pero mira,
no contemos en años, repasemos
el precio de existir que hemos pagado
y sabremos el saldo que nos queda
para pésames en otros funerales.
De momento, ya ves, ya no hay serenos,
ni perros en la calle,
ni maricas que oculten ser maricas,
-en las tiendas de muebles
apenas si se vende algún armario-
ni masones que nieguen ser masones.
Ahora Rusia
ya no es el anticristo y lleva a cabo
conferencias de paz con Norteamérica.
En los mapas, al mar aún se le pinta
de azul y se le nombra
con el nombre de mar mientras inventan
otro nombre que no usen los poetas.

¿De qué sirvió la fe de nuestras manos,

de qué valió
la audacia de escribir versos a oscuras,
de imaginarnos calles, otras calles
sin balconadas grises, sin visillos
bordados a escondidas?
Después de tantos años nos lo han dado
ya todo ventilado, nos gobiernan
los que entonces tomaban biberones
-prejubilan ahora a los cincuenta-
y todo,
absolutamente todo
lo tienen controlado:
asesinan por ti, matan por ti
para que tú
no tengas ningún cargo de conciencia,
hacen guerras sin ti, pactan sin ti,
publican al detalle la estadística
de los que pasan hambre, de los miles
de los niños que se mueren cada día
porque tienen completamente secos
los pechos de sus madres.

¿Te hace otro chupito?

Ya no hay prisa, quizás nos venga bien
hablar de nuestras cosas, de las chicas,
la primera cerveza, del bisonte
que te pilló tu madre en el bolsillo,
de los primeros versos, del soneto
que aún espera la tinta en el tintero.
Quizás nos venga bien hablar de ello
para no vomitar y ya de paso
enterarnos del precio de un jilguero,
y olvidarnos
de todo lo demás.



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