jueves, 26 de julio de 2012

No digas que los ríos desembocan

No digas que los ríos desembocan
a orillas de tus ojos y tus ojos
no te nacen del mar.
No digas que soñaste ser arcángel
y en tu sueño no había un violinista
con las alas de lirio y alba blanca
dormido en el atril.
No me digas
que supiste el destino de una lágrima,
que anunciaste el naufragio a mitad de una sonrisa
y no recuerdas
cuánto duele el amor.
No me digas
que pusiste tus manos en el vientre
de una mujer encinta y aún no vibra
el latido del mundo entre tus dedos,
no me digas que no te sonrojaste
ante el dolor del sexo inevitable,
ante un vocabulario fabricado
con palabras cargadas de metralla,
ante una tumba aislada en que a la muerte
le han olvidado el nombre y ni siquiera
le ha crecido una flor.
No me digas, tampoco, que no oíste
la sinfonía de un beso, que jamás
regalaste una flor o que una noche,
mirando a las estrellas, no intentaste
escribir, con la sangre de tu sangre,
el más bello poema que un poeta
nunca hubiera logrado.
No me digas, por fin, que fuiste tú
quien se vino hasta aquí de la montaña
sin conquistar la cumbre, quien estuvo
en la nieve más pura, en los alberos
donde nadie ha pisado y no encontraste
ni un anhelo del alma,
ni una huella de Dios.

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