jueves, 15 de marzo de 2012

Si me apuras

Si me apuras
puedo tocar el musgo del telégrafo,
conseguirme
un tricornio de helechos o amputarme
los dedos de las manos sin robarles el sol a los narcisos
porque aquí, adentro de la casa, está lloviendo
y no es diciembre aún,
y no es tiempo tampoco de que salgan las viudas
a vestir su tristeza con volutas de estudiantes noruegos.
Aquí, mi soledad no duerme nunca,
se desplaza,
me ocupa,
se aproxima
como la mano abierta de un hortelano gris
que se inhuma en la tierra.
Antes, cuando llovía,
una gota de lluvia era un latido y por la noche
encendían el fuego bandadas de avefrías que llegaban
con un niño de enero entre sus picos,
y era el mundo más breve, y las mañanas
traían bajo el brazo casi siempre un canasto de grosellas.
Antes, cuando los peces
sabían que volar no era una industria exclusiva de los pájaros
y la letra de un salmo sonaba entre dos luces,
era más fácil ver
bajo las nubes
cómo un campo de fresas incendiaba los labios
de una muchacha escrita

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