Yace aquí,
incapaz de abrocharse los ojos con las manos,
pequeña, como el sol que uno guarda en un cuarto vacío,
como el ojo periódico que vigila a las aves de paso,
y aquí puso el jardín donde venían
a pastar por la noche los caballos sin ojos.
Mi amante era una avispa con cintura de liana y ocurría
cuando miraba, cuando el mundo
se ahogaba en la tibieza letal de los turistas y a los lunes
les chirriaban los párpados,
mi amante era una playa no aprehendida en las ingles
donde abdican los reyes,
donde flotan los labios como plantas carnívoras,
mi amante era un reloj con manecillas anfibias,
la desnudez más casta,
la luz que nunca espera,
una mirada a solas,
la ingravidez inmóvil de la niña que inventó los andenes automáticos.
Mi amante era una dama de pino y una tarde
se murió sin preguntas.
Yace aquí.
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