jueves, 15 de marzo de 2012

Hoy estoy triste, madre:

Hoy estoy triste, madre:
y si vieras
cómo pasa la gente vestida de locura
con los muebles a cuestas,
pareciera
como si alguien tuviese que esconder entre ampulosas consignas
sus propias necedades;
si vieras cómo adornan las calles y maceran
con ácido de alcoba sus conciencias,
si lo escucharas, madre,
acaso entenderías
que no salga a la calle lo mismo que un diablo al que le atan
al rabo dos mil latas vacías de cerveza.
Y es mía la tristeza,
es mía la tristeza que no cabe en los bolsillos de otros,
mía la ingravidez con que acuestan las doncellas impúdicas
y el sollozo de niño que cruza solitario los semáforos.
Y hago mío el idioma de quien se ruboriza
de la inclemencia humana,
hago mío el fastidio y la fatiga de quien vuelve a la casa
siempre a la hora duodécima
y es mío el hijo negro de la madre no negra.
Míos también los trajes de franela con que viste la gente a sus difuntos
mía la ingratitud del ángel que inventó la palabra amargura,
mío el abominable circo de los espejos
y la mendicidad de los guardias senegaleses,
mío el día en que Roma descubrió que las cariátides no eran
lo suficientemente fuertes
como para aguantar un vendaval de siglos
y mía, finalmente
la pulcritud retórica con que estrenan los pobres el lenguaje
de la benevolencia.

Hoy estoy triste, madre, y es que a nadie
que no sepa de alfiles derribados y de claustros oscuros
se le puede contar esta tristeza.

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