jueves, 15 de marzo de 2012

Os podría contar,

Os podría contar,
que he vivido en el mismo corazón durante siglos
y jamás me he bañado dos veces
en una misma lágrima,
desde entonces
he aprendido a vivir a la intemperie y sin ventanas al mar,
a tumbarme en la hierba con el alma en los pájaros y un libro de Walt Whitman,
a hacer la noche a tientas
y han habido además días bisiestos
de lagartos y erizos que llegaron a casa sin audiencia
en que fue necesario cocinar los violines
para dar de comer al violinista.
Y es que hay veces también que las palabras
crecen tanto y se agrandan
hasta crear un mundo, que uno puede vivir
sin que transcurra el tiempo, sumergido en el tiempo,
que uno puede dormir sobre el perímetro de las sacramentales
sin que jamás le afecten las salpicaduras de la muerte
y sin embargo
casi siempre llevamos herencias pequeñísimas
pegadas a la piel como si fueran
ciudades que han surgido del barro de otras viejas ciudades
ora musgo, efeméride,
ora instante furtivo de pilastras y andamios.

Pero ahora he crecido hasta alcanzar la estatura
de los años inciertos,
he crecido hacia el sur, verticalmente,
pernoctando en los atrios de un país
cuya lengua no hablo pero es mío,
un país de archiduques enfermos y operarios cansados que es el mío,
me he asomado al abismo de los pozos escapando del miedo
y yo mismo era el miedo,
como siempre,
un miedo en que no caben
dibujadas las nubes.

Ahora vivo
a mitad de trayecto entre el delta de un río y los terrenos
donde van a morir los caballos silvestres.

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