miércoles, 13 de abril de 2011

Es preciso que mueras


Es preciso que mueras,
que abandones la oscura identidad con que has vivido
los lenguajes pretéritos y adquieras
por fin
el contorno doméstico de algo
por lo que sí merezca la pena dar la vida.

Es preciso que mueras, por ejemplo,
a la cínica idea de que siempre es posible
que exista otro Calvario en las entrañas del mundo,
que haya otra Redención que nos permita
decir una palabra como lluvia,
abrir nuestro paraguas
y sentarnos
para siempre a la diestra de Diospadre.

Está escrito: no es justo
que quien pudo evitar que le amputaran los dedos al pianista
ahora escriba su nombre sobre el polvo
que acumula el piano,
ni está bien
que sea el carcelero quien dé cuerda al reloj del presidiario.

Y es preciso, además, que nos muramos incluso de esa muerte
que aún lleva el marcapasos como una gratitud
o un artificio
para la adulación de los ancianos,
o esa muerte de bronce que se lleva consigo la desidia
de los analfabetos

.

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