Entre un olmo y un álamo
hay un banco vacío en que me siento,
ojeo las esquelas,
te pienso,
te respiro,
adivino en tu cuerpo los declives
donde un día acabaron desbordándose los labios y los ríos,
memorizo en mis manos el tiempo de las nubes
y hago cuentas
de los charcos violeta que ha dejado el verano.
Entre un olmo y un álamo la luz
camina a lo invisible.
Mientras tanto me estoy
haciendo un poco más declinativo,
un poco menos cierto,
me vuelvo diminuto como un barco
cuando empieza a soñar y a hacer océanos
y me siento a esperar, como en los buenos tiempos,
a que suenen de pronto las sirenas en el fondo del mundo.
Por eso,
si me encuentras dormido, no te pienses
que has llegado a destiempo,
simplemente
es que llevo en los ojos un morir muy despacio
y ahora estoy esperando a que terminen
de hablarme los violines.
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