martes, 12 de abril de 2011

Desde que fui caballo




Desde que fui caballo,
extraterrestre
o árbol
vivo en esta ciudad y aún no conozco
quienes duermen debajo de un tejado de cinc mientras graniza
ni el nombre del monarca al que le debo
lealtad como súbdito,
llevo
aprendiendo esta luz más de diez siglos,
descifrando los códigos del frío y el lenguaje de las abejas
mucho más de diez siglos,
sobrevivo en la carne, en el engaño
de un múltiplo de dos, en la amenaza
de las horas impares,
sobrevivo al deber de saludar al vecino y a la angustia
de esperar a que un ángel me llame por teléfono.
Pero a pesar de todo, no me siento cansado,
me molesta, eso sí, la miopía que arrastran
los cuerpos invisibles,
el amigo cismático que alquila a bajo precio sus testículos,
me fastidia llevar el mismo traje, repetir
las mentiras de siempre,
los gestos,
el asombro cuando alguien te acaricia
casi anónimamente el corazón.
Habito aquí, y aquí nunca he querido
acostarme de día ni arriesgarme
a la felicidad.
Morir es otra cosa.



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