miércoles, 15 de septiembre de 2010

Qué triste debe ser sentirse viejo

Qué triste debe ser sentirse viejo, perdidamente viejo,
sin haber apurado los cuarenta
y no tener más metas que el naufragio final
de un alma peregrina,
qué triste saludar cada mañana a las palmípedas
que te traen el invierno;
haz memoria, muchacha, y dime cuántos
alborozos monárquicos coronaron tu cuerpo,
cuántos barcos de azúcar,
cuántos cirios pascuales y vigilias descalzas han surcado
tu castidad monástica.
De sobra sabes tú que las postales no sirven para engañar al tiempo
y que cientos de aljibes son nada para ahogar
una sola tristeza,
lo sabes y aún intentas esconder tus pupilas con descuidados gestos
y me hablas de impiedad,
de discrepancias íntimas, de una falsa vejez,
de habladurías…
¿Qué podemos hacer?
¿Cuidar del gato que nos guarda dormido la escalera?
¡Qué efimero París y qué lejano
aquel tiempo en que tú me pronunciabas y yo abría oratorios en mis ojos!


Poesía Pura
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