A aquellos que nacimos del miedo y nos hicimos
poetas proletarios
con el tiempo
se nos para el reloj y nos ocurren las desgracias más tristes,
el desgaste
del corazón y el alma.
Llega el día terrible en que el presente aparece
podrido en la cuneta, se amontonan
las deudas impagables y las multas
devengan intereses,
tus asombros
ahora son los amigos que han cambiado sus versos por demandas
de inspectores fiscales,
la rima es una antigua falacia de las clases obreras
y a ti nadie te escribe sino gentes
dispuestas a embargarte la pluma estilográfica.
Un poeta,
se dice,
siempre es deudor de algo y eso sí lo sabíamos,
paga por las cerezas que vienen de Bombay,
por los
cielos de Prusia,
por los
mares apócrifos de Rilke y la flauta de Hamelín,
paga
cuando utiliza las palabras ajenas,
se gasta,
se
marchita
y al
final, cuando muere, resucita a destiempo.
Socorrer a
un poeta es un gasto accesorio,
prescindible
por tanto, que se apañe con los verbos recíprocos
y busque
la
eternidad a plazos.
Poesía Pura
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