Has perdido la apuesta: tú creías
que los trenes tenían guardagujas en medio del desierto,
que un mendigo a la puerta de una iglesia
rezaba entre paréntesis, creías,
cómo no, en los países del frío que no están en el mapa,
en la edad del olivo,
en las barcas azules…
y creías también en las muchachas vikingas que ocupaban
las suites en los hoteles de los puertos.
Pero no existe el tiempo, solamente
la eternidad a oscuras,
la sed del telegrama que no llega
y un antes y un después de cada gesto,
un silencio en las cosas que a punto de nombrarlas
terminan destruyéndose a sí mismas.
Has perdido y por tanto
ya no puedes salvar mi territorio de tiranos furtivos,
no puedes, sin que sea pecado, imaginarte
que habitas un inmenso jardín en que a la hora
del ángelus se ponen en pie todos los muertos.
Siempre existe un dolor que el aire no se lleva,
un dolor necesario que termina,
como un bosque en invierno, enrarecido,
como el llanto de un ave,
en la luz del comienzo de las cosas.
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