Te podría decir que esta quietud
del viento en los ciruelos
este extraño dolor con que se acuestan
a oscuras los tejados
y este brillo de siempre en las ventanas
son así, porque el mundo es una urgencia
de gestos repetidos.
Pero nada es verdad cuando la vida
transcurre en la buhardilla y nos hablamos
desordenadamente y sin preguntas,
nadie puede
ponerle una etiqueta a las nubes que han pasado
ni escribir en latín una metáfora.
¿Dónde están las callejas que escondían
el aroma del ábrego en sus piedras,
dónde aquella ternura
del sol acallando los marjales?
Pregúntale a la torre, por ejemplo, pregúntale,
se creía inmutable,
no mortal,
se creía el país al que miraban los hoteles del cielo
y ahora apenas conserva
la memoria de ayer en sus viejas cicatrices.
Pregúntate a ti misma
y si tú eres verdad y fueras tú
el viento de la tarde que me anima
no te fies de mí, seguramente
otro que no soy yo se está inventando
provincias para ti donde se habla
un idioma extranjero.
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