cerezas en los labios,
si escribiera
mirando fijamente al firmamento
sin soportar la angustia con que miran
los ojos alargados de los náufragos.
Desde que tuve edad para advertir
que los dioses propalan verdades tartamudas
y los libros sagrados sólo albergan
catedrales sin techo,
desde que sé que tienen anemia los metales
y es tóxico el alpiste de los pájaros
voy contando leprosos y ataúdes,
voy tapando los ojos a los ciegos
que advierten, asombrados,
que el reloj de los ángeles se ha parado a las tres.
Ya no tengo certeza de si os hablo
con mi voz o es la voz
de aquellos que han hablado mucho antes
de yo venir al mundo, y es que encuentro
tantas playas vacías como sílabas tónicas
guarda un invernadero,
tantos barcos varados y sus anclas
paralelas al viento, que no puedo saber
si estas olas que llegan desde afuera de mí
son olas concubinas que ahora llevan
pechos de porcelana o simplemente
he venido hasta aquí
y me salpica
la espuma de este mar porque ha salido
mi nombre, sin jugar, en una tómbola.
Qué mar os contaría si os dijera
de mí cuanto no sé,
si consiguiera
borrar el alcanfor a las palabras
que tuve que guardar en los armarios.
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