jueves, 28 de enero de 2010

Es fácil distinguir a una muchacha que tiene quince años...

Es fácil distinguir a una muchacha que tiene quince años
porque sueña, camina y se sube a las higueras
igual que otra muchacha que tiene quince años,
se sabe que está sola
porque pisa las sombras de la misma manera
que otra muchacha sola.
El silencio es su luz. Lleva en las manos
un verano de nieves que arranca las cosechas
antes de que maduren,
mucho antes incluso de que puedan
coger un resfriado ninguno de sus muertos.
Es decir,
ella sabe que el nombre de las cosas está lleno
de llanuras inmensas que miran a otros días
y al andar va tocando las sílabas esdrújulas
para ver dónde hieren antes de pronunciarlas.
Y a veces se pregunta por qué el aire no sueña
con manzanas azules, si es azul,
precisamente azul, el color más lejano,
el color con que escriben las palomas que quieren
volar al infinito.

Es fácil distinguir a una muchacha
si tiene quince años,
si siempre se descalza cuando cruza los puentes,
si al tocar con los dedos el quicio de una nube
la hierba
y los naranjos
y los lomos antiguos de los libros robados
se vuelven amarillos.

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