viernes, 29 de enero de 2010

Nadie es nadie, dirán, y los poetas...

Nadie es nadie, dirán, y los poetas
se reunirán de nuevo en las escalinatas de los herbolarios
a hablar con los primates mientras los filamentos de las lámparas
juegan a la peonza en los burdeles
y auguran la vorágine
que produce el efecto mariposa al otro lado del mundo.
Nadie es nadie, tampoco el que vivía de los favores
de un eclipse de mar o de los diplomáticos
que llevaban relinchos de bisutería.
Ha llegado el momento en que nadie se detiene
en los supermercados,
en que todos se paran en los alrededores de la fosas comunes
para ver más de cerca la angustia que supone
llevar toda una vida por delante.
El miedo es la oración de los escarabajos
que padecen de sífilis,
el rigor de una estrella cuando cuenta las carpas de los estanques
o el tiempo que no existe en las páginas de un libro.
Es posible que un día cuando el agua sea viento y sólo queden
declives de montañas sembradas de eucalipto,
cuando cobren subsidio de paro los enterradores,
esos mismos poetas de las escalinatas
vengan en limusina y nos demuestren
la forma en que se sueña con ciudades albinas
donde crecen los árboles con un mando a distancia
y se aprende a besar con besos inalámbricos.
Entonces, como estaba anunciado, volverán a su estado primitivo
los gusanos de seda.




179.

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