No
comprendo por qué todas las cosas
parecidas
a un lunes me suceden
a
mí
y
sólo a mí,
no
me puedo explicar que ese segundo preciso en que la noche se hace
la
autopsia de sí misma sea el instante
concreto
en el que el sueño es mentira y haya un cuervo
que
me vuele en los ojos,
no,
no
lo puedo aceptar ni me resigno a creer que hay circunstancias
que
no siempre dependen de nosotros, ni me vale
que
todo esté pactado y nada ocurra al azar
o
porque sí.
¿Y
por qué a mí, si hay gente
que
carece de manos,
parlotea
con
voz de sacamuelas en los púlpitos
y
se inyecta poción de camuflaje?
Mi
vida ha sido siempre un devenir entre tibiezas frustrantes
y
ahora mismo ni el tiempo
necesita
de mí,
siempre
he sido un extraño entre avisperos exóticos y nunca
gocé
la mansedumbre de un verano prohibido entre mis piernas.
Por
eso
no
me habría importado que los santos de alcoba me hubieran proclamado
hijo
de filisteo,
con
tal de tener padre, o una macromolécula
a
quien culpar de todo ese desastre.
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