martes, 27 de diciembre de 2016

Qué tal si nos sentamos a echar un cigarrillo...





Qué tal si nos sentamos a echar un cigarrillo
y hablamos de lo nuestro,
de la lluvia,
de este sol que ha perdido la vergüenza
a quedarse desnudo entre los sauces,
o si quieres mejor, ahora que somos el eco
de un alborozo antiguo y no nos quedan
olas en los bolsillos
hablamos de anteayer, de cuando el viento llenaba
de arroz los espartales y se ahogaban las horas
en una transparencia inexpresiva y una flor
era un beso hecho a mano, casi a ciegas,
en la luz repetida de la tarde.
¿Recuerdas?
Seguro que recuerdas
que el mundo era algo así como una isla dispuesta en dos mitades,
como un trozo de arcilla en que habitara
una inmensa pregunta.
Bien sabes que aprendimos la forma de las cosas por el tacto,
el llanto y la indolencia por el tacto,
la risa por el tacto,
la luz de una caricia por el tacto
y el amor,
¿lo recuerdas?,
aprendimos a amar en una tarde de lluvia mientras alguien
nos prestaba las manos
y amábamos en verso y en las hojas secretas
de un cuaderno sacrílego,
amábamos mintiéndonos quince años cumplidos.
Y sabes que jugábamos a imaginarnos en vilo entre los árboles
y a desandar el tiempo, que poníamos
el cuerpo de perfil para que el aire pasara sin rozarnos.

Pero aquello ocurrió y ahora los ríos
que recorren los largos períodos invernales nada saben
de pechos azarados,
de cinturas huidizas ni de medios suicidios, nada saben
de estas horas de niebla entre las piernas de un huésped
que se ha hecho, a base de negarse,
clandestino.
Quizás se nos oculte de qué tribulación hemos venido,
¿y qué importa
si está brillando el sol y están cantando los pájaros?

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