jueves, 26 de julio de 2012

Se nos va de las manos lentamente

Se nos va de las manos lentamente
la vida, amigo mío,
se nos va de las manos y nos queda
-como el mar en un cuadro-
colgada en la pared la indiferencia
que se nos fue olvidando entre los pliegues
de una emoción antigua,
de un lejano paisaje.
¿En qué nos confundimos,
detrás de qué quimeras rotularon
su estela nuestros pasos?
¿Acaso hemos vivido solamente
aquello que al arder no deja rastros
de miseria infinita?
¿Acaso hemos amado hasta tal punto
que entregamos el alma
sabiendo que la vida era un paréntesis
prestado entre dos sueños?
Tú tenías, ¿recuerdas?
nidales en los brazos y llevabas
contigo un archipiélago de pájaros,
tú alzabas en la tarde catedrales
con vidrieras de fuego en que bailaban
su rigodón de luces los océanos…
Y recuerdo que tú, amigo mío,
te reías de mí si me empeñaba
-bien sabes tú qué terco me ponía-
en encender bengalas en la noche,
millones de bengalas en la noche,
para abrirle caminos a la aurora,
te reías de mí cuando decía
que el enhebro sufría mal de amores,
que el robledal y el río pleiteaban
por paisajes de otoño con la luna.
El sol está sudando entre los álamos
sus fiebres vespertinas y este otoño,
según las cabañuelas, tiene prisa
la estación de las lluvias:
Se nos termina el tiempo y aún nos queda
mucha ropa tendida, poco viento,
y racimos que aguardan en las viñas.
Todo cuanto creímos, las palabras
escritas en azul sobre las olas,
las promesas juradas, los proyectos
trazados con urgencias, los verbos
que se han vuelto de pronto intransitivos,
todo
ahora huele a alcanfor, a ropa vieja
cansada de esperar en el ropero.
¿Pero esperar a qué? Jamás hicimos
del ajeno dolor un contratiempo,
de los ojos de un niño, un lago verde,
de la risa de un tonto, una cometa,
del sueño de un mendigo, la ilusión
de un mañana improbable más probable,
de las muertes anónimas, el sino
que ineludiblemente nos espera.
Y de pronto no hay más: llega el momento
en que todo está escrito, en que nada
se puede improvisar,
en que están oficiadas y lloradas
las mentiras de todos los entierros.
Amigo, cualquier día
nosotros nos iremos y aquí abajo
seguirán floreciendo los ciruelos
como si nada, blancos,
como si tú y yo tan sólo fuéramos
un pequeño suceso
que cambia de lugar cuando lo nombran
y todo sigue igual,
como si nada.




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