viernes, 27 de julio de 2012

Regresar a la infancia es algo más



Regresar a la infancia es algo más
que pensarse unos padres adoptivos
o cambiarse de piel o caminar
descalzo entre la lluvia,
algo más
que ajustarse el reloj y retrasar
los hombres y los días.
Es volver al idioma que empleábamos
mucho antes de ser,
mucho antes incluso del lenguaje,
cuando el mar era mar y aún cabía
resumido en los ojos sin nombrarlo.
Regresar a la infancia es resistirnos
a ser un enunciado,
una formulación
de gente moralmente inadecuada.
Regresar a la infancia viene a ser
un acto de violencia,
una vulneración aunque se alegue
el derecho a morir en legítima defensa,
morir como un deshielo, como acaba
un sueño que se ha vuelto transitable.
Regresar a la infancia es enterrar
para siempre el futuro porque el tiempo
no tiene propiedad distributiva
y una equivocación no es un recuerdo
que pueda compartirse,
o dicho de otra forma, es más fiable
vivir muy pobremente, alimentarse
de los gestos más simples,
del sabor de las cosas más sencillas
y hacer un inventario de minucias
que puedas liquidar a cualquier precio.
Y es que el niño que fuimos no sabe de peajes,
no sabe de evidencias que terminan
muertas de incertidumbres,
no sabe por qué un llanto se llora casi siempre
en ropa de trabajo, por qué tienen
apellido científico los árboles,
sólo sabe que dos
o tres
o cuatro golondrinas
inventan un verano.



Poemario "Donde se pone el sol"

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