viernes, 16 de marzo de 2012

Yo la vi.

Yo la vi.
Y era igual de veloz que las motocicletas que atraviesan la noche,
igual que las plegarias que originan la lluvia
pero no era de aquí,
algo había en su rostro que arrastraba a la luz como una góndola,
algo había en su sexo que no estaba al alcance de los músicos
e incitaba a abjurar de los burdeles masónicos,
y era así,
como un ángel de niebla,
como un dios,
como un dios del futuro que tuviera un catorce de octubre entre las manos
y un bosque en la otra orilla.
Ni me habló,
pero supe al instante por qué anoche no ladraban los perros,
por qué huían de mí los vendedores de encíclicas
y al mirarme
me he visto en miniatura.
Nada dije tampoco,
me vestí,
cogí un libro de Rilke y aquí estoy
ante un juez invisible al que ni escucho toser ni sé a qué horas
enciende el crematorio de las nubes.

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