Nadie preguntará por qué al abrir las ventanas
mi casa huele a cripta
y es que la gente tiene tal costumbre de mirar a otra parte cuando llueve
que en realidad no sabe cuántas mutilaciones llevo encima
ni por qué están repletas de besos inservibles
las bolsas de basura.
Nadie sospechará por qué esta casa en que vivo huele a cripta.
Nadie sospechará, pero os confieso
que estos dedos que escriben y estas manos
que me tiemblan si hablo
son herrumbre de ayer, muertos cum laude
que estudian astrofísica en un colegio bilingüe.
Tengo miedo, no obstante,
tengo miedo
de que exista otra vida más breve que esta vida,
tengo miedo a encarnarme en un insecto de celajes nocturnos
o a vivir en cuclillas, a morirme por lástima
y aún así
he traído hasta aquí los decibelios más graves de mi infancia,
he tatuado mis labios del color de un relámpago
para que nadie
que me estreche la mano se imagine
que saluda a un cadáver.
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