jueves, 15 de marzo de 2012

Es un día cualquiera de diciembre

Es un día cualquiera de diciembre
y a punto están los barcos que regresan a Ítaca:
es un día cualquiera y sin embargo tú has salido a la calle
con tu atuendo invernal y la mirada dispersa
dispuesto a cualquier rito, convocado
por esa condición de que adolecen los sueños que no tienen
certeza de sí mismos,
y caminas muy lento, como si no quisieras reconocer el aire,
las cosas y los hombres, a tu paso,
van perdiendo el fulgor, son más auténticos,
más graves, más explícitos,
tan cercanos a ti
que se diría
que por unos segundos estás viendo tu viejo cuerpo viejo,
tu relieve,
tus manos,
tu volumen intacto caminando hacia el mismo lugar en que hace un rato
estabas sumergido.
Y eres tú,
eres tú quien se calla cuando alguien pasa lista a los náufragos,
tú quien llega escupiendo exorcismos funerarios
para ahuyentar el yerro de tu muerte,
tú quien busca en los otros y en árboles la razón de un acuífero,
tú quien guarda su sed en un aljibe, quien desprecia
la nostalgia de un trino.
Cuánto tiempo
ha debido pasar para que entiendas
que todas esas sombras que asedian las estatuas
son ventanas a ti, delectaciones
de una dicha que siempre has perseguido, y sin embargo,
muy adentro de ti hay una isla cubierta de palomas,
muy adentro de ti
te habita el mar,
te anidan madrigales de nubes y montañas,
te sostienen los álamos, te nombran y no saben tu nombre
los frutos de la tierra.
Acaso estos mendigos que ves no desinfecten
tu herida de pobreza,
porque tú no eres tú sin ese olor opaco de las aguas,
sin ese ser un, apenas, un pequeño detalle
transcurriéndose.

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