sin gastarse un ayer, a la otra orilla
todas sus vanidades
y no éste que sigue aquí vendiendo
cucuruchos de anís y lentejas de arzobispo,
si yo fuera el patrono que paga con morfina a los asalariados
o el arcángel que escribe las crónicas áureas de los arcabuceros
y no este imbécil verso de palabra innombrable
que se toma un café para fingirse
una noche de insomnio,
si yo fuera otros gestos,
otra química,
otras formas de hacer el amor por las mañanas,
otros llantos en medio del desierto,
entonces
llevaría monedas que alquilaran un millón de responsos
y sería el amante de la mujer del inquisidor
o el arquitecto de los arrebatos,
tal vez incluso el negro que contara los amores prohibidos
de madame Bovary para Flaubert,
pero soy esta sombra que no sabe
de intrigas ni herejías,
este náufrago a solas,
esta absurda ciudad a la deriva
donde nunca
me podré imaginar a una bandada de pájaros.
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