miércoles, 13 de abril de 2011

Hablo para contar la infancia de los peces australes


Hablo para contar la infancia de los peces australes,
para incendiar las sombras de luces moribundas,
para que crezcan ojos en las playas
y naveguen las islas del Pacífico en balsas musicales,
hablo para las rosas fatigadas que soportan el cadáver de un pájaro,
para que no les falte alimento a las plantas carnívoras,
para que los almiares despeinados giman como arrendajos
y llueva agua de arroz y caracolas
con megáfonos verdes,
hablo para olvidar a ese señor de levita que apadrina el incesto,
para olvidar la música que acompañó a la hoguera a Miguel de Villanueva,
hablo para el oráculo de la clandestinidad y el traficante de esclavos,
para los vendedores de comida enlatada
y para el obrador que dispensa los buñuelos de miel,
Hablo para las víctimas de la peste y los errores quirúrgicos,
hablo para los trenes que chocan, para el viento
que amortigua el silencio de las tumbas anónimas,
para el río que anuncia su querencia terrestre saliéndose de madre,
hablo de los mensajes de amor con una sola letra,
de las sopas de sobre y del té con sacarina,
hablo de los pianos de cola de caballo y de la Venus de Milo,
de la bisutería de los diplomáticos,
hablo por los que tienen cancelados los ojos,
por aquellos que llevan un mar de adormideras en los labios,
por los niños sin uñas para abrir las entrañas del mundo,
por las lágrimas secas,
por los gatos albinos
por la herida flagrante del filósofo y los poetas absurdos.
Y hablo de cierto encanto que aún perdura cuando todas las cosas
han perdido su encanto.

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546.

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