Estás hasta los güitos de las cosas mediocres,
de la gente que nunca se ha propuesto cruzar la línea roja,
y te manda un e-mail para contarte
de qué lado está Dios cuando parece que ha muerto,
de la gente que escribe de planes sostenibles
y respira el tabaco de los pubs más ridículos,
estás harto de usar el mismo chándal los fines de semana,
harto de consentir,
de estar callado,
de saber que te espían y mirar a otro lado cuando pasa
la mujer de tu prójimo.
Mas te falta el coraje suficiente
para entrar a las siete de la tarde en los retretes ilustres
y gritar que te empacha tanto séquito de putas y golferas,
que esnifar cocaína y embriagarse de vodka
no cotizan a Hacienda pero imprimen carácter,
que te duelen los ojos de ser bizco,
que te queman las manos por escéptico,
que aún es tiempo de mapas desplegables
y de niños bilingües.
Pero sigues anclado a tus semáforos rojos,
sumiso a tu mujer,
fiel a tus vicios,
y te sientes crecer mientras te tomas la leche descremada
y la avena de herbolario,
mientras bebes alcohol sin calorías
y además te conformas con un vaso de malta
y a la luz de la luna ni siquiera tú notas
el asco que ahora sientes de ti mismo.
De verdad que estás harto de todo, pero sigues
creyendo en el jengibre
y en el tópico
poder de los milagros.
de la gente que nunca se ha propuesto cruzar la línea roja,
y te manda un e-mail para contarte
de qué lado está Dios cuando parece que ha muerto,
de la gente que escribe de planes sostenibles
y respira el tabaco de los pubs más ridículos,
estás harto de usar el mismo chándal los fines de semana,
harto de consentir,
de estar callado,
de saber que te espían y mirar a otro lado cuando pasa
la mujer de tu prójimo.
Mas te falta el coraje suficiente
para entrar a las siete de la tarde en los retretes ilustres
y gritar que te empacha tanto séquito de putas y golferas,
que esnifar cocaína y embriagarse de vodka
no cotizan a Hacienda pero imprimen carácter,
que te duelen los ojos de ser bizco,
que te queman las manos por escéptico,
que aún es tiempo de mapas desplegables
y de niños bilingües.
Pero sigues anclado a tus semáforos rojos,
sumiso a tu mujer,
fiel a tus vicios,
y te sientes crecer mientras te tomas la leche descremada
y la avena de herbolario,
mientras bebes alcohol sin calorías
y además te conformas con un vaso de malta
y a la luz de la luna ni siquiera tú notas
el asco que ahora sientes de ti mismo.
De verdad que estás harto de todo, pero sigues
creyendo en el jengibre
y en el tópico
poder de los milagros.
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