martes, 27 de julio de 2010

Hasta hace poco tiempo asesinar a un poeta nunca estuvo mal visto

Hasta hace poco tiempo asesinar a un poeta nunca estuvo mal visto
y es que entonces, la verdad, los poetas
eran gente maldita que vivían en chándal y dormían
en ropa de oficina,
charlatanes
que robaban saliva a las señoras del lavabo y escribían
guarradas en la goma de un papel de fumar.
Y así, a los poetas,
les cortaban las venas con billetes de curso legal y se vendía su sangre
en frasquitos de Dior para las plumas estilográficas,
a los poetas,
antes,
les sorprendía el alba resolviendo crucigramas en las alcobas de las viudas
o fumando cigarrillos de cáñamo con los carabineros,
eran
ruiseñores maniáticos que cantaban en el mausoleo de Lenin,
se hurgaban las orejas con un lápiz de labios
y compraban a plazos mariposas para ungir de color las pompas fúnebres.

Burgueses del revés,
astronautas vestidos de suicidas judíos,
citas de aniversario, calafates, gabardina de fraile, chicos de los recados
y hacían el amor versificando consignas del movimiento obrero.

Ahora,
un poeta se muere de las formas más simples,
se muere de repente,
de lado
o de perfil
y es capaz de fingir que está muerto varios años,
saluda a los turistas y no sale con coimas ancianas,
toma güisqui con soda,
se flagela a sí mismo con las malas noticias que le llegan de la capa de ozono,
se afeita las vergüenzas del alma y hace noche,
para no delinquir, en un motel
con las puertas en forma de metáfora.

Ahora,
un poeta se acuesta recitando releyendo algún poema de “Cálamo” y desayuna
a las doce champaña con Rimbaud.



Poesía Pura
28 7 10

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