Era el octavo día y al subir las persianas del cielo
vio Dios el alboroto que había armado,
las aguas desbordándose, las sombras
protegiendo a los sátrapas,
los ríos disparando hacia las nubes,
el día refugiándose en las simas,
los peces en las plazas, los caballos
pastando entre las olas y las piedras
escuchando la radio mientras cientos de hormigas
tosían un poema de Bukowski.
Y dijo Dios:
Hagamos una enorme ciudad
en medio de la noche donde puedan
vivir todos los muertos.
Era el amanecer del día noveno.
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