Alguien
que no tuvo la suerte de escuchar a Puccini ni destreza
con las artes florales,
uno así como yo que nunca ha sido capaz de liberarse
de sus limitaciones
nunca debió ponerse a escribir versos.
Y si escribe
será porque no tiene la audacia de arrojarse a los pies de los caballos
o esperar mansamente a que se aposte detrás de cada sílaba
un francotirador.
Además, no es momento
de abstraerse pensando en el temblor de una hoja
ni de hablar de jardines japoneses,
por supuesto,
que hay otras prioridades que no tienen que ver
con los glaciares nórdicos
ni resuman la esencia de los entes abstractos.
Lo que ocurre es que están alquitranados los distritos postales
y aquí, y en este caso
que conozco muy bien sé que en cada poema
hay un niño maldito y hay despojos
de una infancia segada,
sé que bebe la sangre que no tiene y hace barcos
con las tiras de piel que no le alcanzan.
Dejadle, pobre de él,
dejadle que le crezcan las alas y se invente el color de los zapatos
que no pudo calzarse.
Poesía Pura 21 05 10
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