Habité junto al fuego
-la casa estaba llena de gentes que hablaban por teléfono,
blasfemaban a oscuras y se hacían después el harakiri-,
el fuego era de barro en los zapatos
y el día de mañana se vestía de lluvia del Neolítico,
diseñaba las rutas que seguían las aves migratorias,
y supe las virtudes de la música alpina
y el sonido del agua sobre el agua,
pero no supe nunca poner nombre de nieve a esperanza
marcial en los barbechos.
Tuve, sí, la cautela de encender una luz en la buhardilla
y dejar entreabierta una ventana:
acaso, me decía,
sea verdad que el secreto de ser esté en los libros
y el oficio de un huérfano consista en discernir a cuántas millas del alma
se encuentra un arco iris,
pero hablar del amor era una alfombra de palabras dispersas
con resabios suicidas,
levantarse a las ocho era hacer del invierno un anticipo de agosto
y atreverse a mirar cómo se hundían los barcos implicaba
ser hereje o agnóstico.
Por eso no me quedan amigos y le escribo al desdén en estos versos,
por eso
no soy más que un producto de errores sucesivos
y un poema daltónico:
no ha valido la pena tanto gasto de amor, tanto estrecharse
las risas y las manos si de entonces
sólo queda el consuelo de una foto
Poesía Pura 13 04 10
-la casa estaba llena de gentes que hablaban por teléfono,
blasfemaban a oscuras y se hacían después el harakiri-,
el fuego era de barro en los zapatos
y el día de mañana se vestía de lluvia del Neolítico,
diseñaba las rutas que seguían las aves migratorias,
y supe las virtudes de la música alpina
y el sonido del agua sobre el agua,
pero no supe nunca poner nombre de nieve a esperanza
marcial en los barbechos.
Tuve, sí, la cautela de encender una luz en la buhardilla
y dejar entreabierta una ventana:
acaso, me decía,
sea verdad que el secreto de ser esté en los libros
y el oficio de un huérfano consista en discernir a cuántas millas del alma
se encuentra un arco iris,
pero hablar del amor era una alfombra de palabras dispersas
con resabios suicidas,
levantarse a las ocho era hacer del invierno un anticipo de agosto
y atreverse a mirar cómo se hundían los barcos implicaba
ser hereje o agnóstico.
Por eso no me quedan amigos y le escribo al desdén en estos versos,
por eso
no soy más que un producto de errores sucesivos
y un poema daltónico:
no ha valido la pena tanto gasto de amor, tanto estrecharse
las risas y las manos si de entonces
sólo queda el consuelo de una foto
Poesía Pura 13 04 10
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