domingo, 18 de abril de 2010

Dime, vieja ciudad, crisol de inviernos, dime


Tierra de santos y de cantos…



Dime, vieja ciudad, crisol de inviernos, dime
desde cuándo un muchacho que tuviera modales castellanos
se ha inventado un amor a la italiana
o ha habitado
una suite de habla inglesa,
desde cuando conoces en tus calles que vitrales y ojivas
bañados en luz verde se dediquen
a mirar de soslayo a los maestros cantores.

Jamás vieron tus muros arrogarse por nadie
mundos que no eran suyos,
jamás tocan
a muerte tus campanas cuando lloran los ángeles
la lujuria encendida de algún místico.

Alguien puede que viva a muchas leguas de ti y que no miente
su cuna cuando cante a su madre, alguien puede
que redima su angustia en otros mares
y en sus manos
pierdan peso tus piedras,
pero yo nada digo y si dijese
sólo a golpes de huellas sumergidas y zapatos de música
te diría mi nombre por que ¿sabes?
tú también me enseñaste que no es bueno gritar cuando no pasan
las aguas bajo el puente y se han quedado
obsoletas las leyes,
de ti llevo
la luz en sobriedad y amo los versos
sencillos del asceta y los sabores a nada
que salen de los grifos.

Dime, vieja ciudad, cuando te mueras, y a pesar de estar lejos
¿me llevarás contigo?
Porque debes saber que cada otoño que ocurre es más oscura
esta triste diáspora
y el miedo a la distancia también duele
como un olor a rosas que se arden.



Poesía Pura, 18 04 10

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