De verdad que da gusto levantarse
y ver con qué alegría te saluda el vecino de enfrente,
comprobar que no hay nadie durmiendo en las aceras,
respirar el oxígeno del metro,
llegar a la oficina
y ponerte a leer en el periódico las hojas de decesos.
Estamos encantados de vivir en un sitio como éste,
sí señor, en un sitio en que nada sucede porque sí,
en un sitio en que tienes señaladas las horas de orinar
y el nombre del mendigo que te aborda a la puerta de tu iglesia,
aquí, donde un decreto te dice cuándo hacer el amor,
cuándo hay que aplaudir,
cuándo llorar,
un país
donde el precio de venta de los árboles incluye
la cantidad exacta de gorriones
que han de anidar en él.
Aquí, sin ir más lejos,
hoy puedes contratar un entierro de primera
a precio de turista,
no es que sea una ganga, pero tienes,
la ocasión de morirte cuando quieras,
morirte sin permiso de nadie y sin temor a que suban
desmesuradamente los impuestos y sea prohibitivo
el precio de las flores.
De verdad que da gusto vivir en este mundo
cuando cierras los ojos.
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