los nombres confundidos,
qué más da, continúas
tomando el autobús en la parada
que jamás ha existido y ocupando
los asientos de atrás como si el mundo
muriera más despacio,
pero todo es igual porque le sobran al tiempo
gigantes milenarios y están llenas las calles
de relojes suicidas
y hay gatos vigilando en los tejados.
¿De qué sirve que invoques tu estatura de arcángel,
y pretextes el gesto de un dolor nazareno
si tú que sabes
que, aunque fuese la luz de otro color
debajo de los pinos, estabas de antemano
condenado a vivir a cualquier precio?
Hoy, que miras las calles por encima
de los puentes colgantes,
te llaman la atención las risas de un muchacho
que recuerdas albino,
quieres saber su nombre, preguntarle
a qué edad se jubilan los niños repetidos,
cómo duermen de día los álamos gandules,
y por qué no rebosan los ríos cuando cae
una lluvia de estrellas.
Y acaso has aprendido que no puedes
auparte a las montañas y agarrarte a las nubes
si no dejas abajo, en la llanura, el corazón.
Poemario No
me pidas que cante cuando vengas (2009)
Premio Junta
de Castilla y León
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